Aparentemente
la soledad es un momento constitutivo y constituyente, ya que en la medida en
que sepamos estar solos podemos saber estar en comunidad. No es una regla, es
un indicio de la experiencia sobre el carácter y la voluntad humanas: hay una
regularidad que nos induce una hipótesis, solo eso.
Pero en
este caso, no decimos momento de soledad, sino simplemente un repliegue: la
metáfora que se me viene a la mente es la marea baja. Cuando la marea está baja
no podemos decir que el mar tenga menos agua, o que está tímido… sencillamente
se mueve. Igual yo. Me voy a la otra orilla que me contiene, no es que me seco
o me escapo, me muevo dentro de mí. Al revés de lo que dice la geografía, no es
la tierra el “continente” de los océanos, los océanos no son “contenidos” por
“tierra firme”. Todo está girando, todo se empuja y se tironea con fuerzas
invisibles que delimitan órbitas, mareas, terremotos y volcanes… dentro mío es
igual.
Así
como algunos enfatizan el orden de la naturaleza y lo estable y equilibrado de
lo que hizo Dios, yo me enfoco en lo conflictivo, violento y aterrador de ese
orden que nos equilibra. Ese equilibrio hace que a algunos les parezca curioso
que el volcán de mi mente deje de echar humo… que la tempestad de mi carácter
se repliegue en marea baja.
No
tengo excusas para mi comportamiento, estoy habitado por el Dios de los rayos,
el Señor de los volcanes, el imán de las órbitas planetarias, el Sentido de los
lenguajes y la Testarudez insobornable de la vida: ese Dios al que las
partículas del polvo de estrellas le hicieron estornudar, y en un “Big bang”
hizo lo que llamamos “universo”. Ese Dios se repliega sobre sí mismo y
descansa. Yo también.
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