26 febrero 2011

La izquierda progresista en Argentina. (ensayo)


Me he visto entre la espada y la pared al tratar de interpretar responsablemente los espacios de militancia transformadora hacia un socialismo latinoamericano en las repúblicas del subcontinente americano. Cada república presenta sus características particulares que la vuelven categóricamente incomprensible, materialmente inaccesible al análisis de un estudiante universitario que no vive día a día la realidad de la república que pretende analizar. En este caso solo es posible acceder a un esbozo parcial del escenario político a través de las posturas de los actores que pretenden construir la emancipación de la república.
Este ensayo no pretende escindir la observación crítica de la praxis de cada uno de los actores, sino más bien contrastar la validez de su argumento al relacionarlas.

Progresismo.  
            El primer obstáculo que entorpece la discusión es la pretensión de todas las agrupaciones, partidos y movimientos sociales de izquierda de ser categorizadas como progresistas. La tradición sitúa este calificativo en el orden de un proyecto social y político cercano a los ideales de la ciencia y el humanismo como avance antropológico y civilizatorio, opuestas a un régimen social y cultural anclado en los intereses de grupos políticos que pretenden conservar el “status quo”: mantener beneficios, obtener algunos nuevos y a veces solamente diferenciarse ideológicamente, como suele suceder con las reivindicaciones históricas.
Sin embargo, los grupos y coaliciones que comparten intereses del orden económico (de consumo y producción) no responden a las proyecciones sociales y políticas del progresismo porque la lógica que regula sus intereses son el individualismo y la rentabilidad. Con esto, quiero dejar sentado que hablar de “intereses de clase” no es un argumento válido para la cosmovisión progresista de la sociedad, ya que la composición de los “grupos progresistas” es mayoritariamente heterogénea y se basa en una lógica de diálogo y apertura de espacios para la integración de nuevos actores que han de trabajar en equipos interdisciplinarios y bajo un régimen de horizontalidad.
Con esta aclaración, destacamos que los grupos progresistas son por lo general autónomos, políticamente heterodoxos y se construyen desde el antagonismo a los dogmas de partidos políticos históricos. Para estos grupos, la esencia de la identidad política se centra en la articulación con nuevos grupos que llevan a delante procedimientos de participación y apertura similares, con los que pueden intercambiar experiencias y debates sobre la realidad inmediata, regional o “territorial”, como se denomina al área de influencia sobre la que el grupo pretende trabajar políticamente.
Progresismo no es sinónimo de revolucionario; el progresismo no es ortodoxia marxista, ni se propone un objetivo teleológico para sus miembros. Las articulaciones que establece no determinan compromisos trascendentales, ni se plantean objetivos últimos. El progresismo plantea una serie de vinculaciones estratégicas, y circunstanciales en la mayoría de los casos, que favorecen la concreción de actividades específicas y mutuamente beneficiosas.

Izquierdas.
            Para referirme a este tema, debo recordar que no existen purismos que permitan definir agrupaciones o partidos políticos de “izquierda” sin contextualizarlos al resto de los partidos y agrupaciones. Aquí nos referimos a organizaciones marxistas, más o menos ortodoxas, que participan a nivel universitario, sindical y legislativo. Estos actores definidos como “izquierda”, son en su totalidad críticos al proceso de gobierno en la república Argentina, y se posicionan políticamente dependiendo de los sucesos en que se ve envuelto el gobierno (ejecutivo, legislativo). ¿Por qué distinguir entre “progresismo” e “izquierda”? La razón fundamental es la lógica de construcción de cada uno de ellos. Muchas veces, estos grandes grupos han trabajado en conjunto, y muchos de ellos comparten perspectivas del panorama nacional e internacional, retroalimentando los debates y complejizando las posturas respecto al accionar del gobierno.
Las izquierdas tienen una independencia categórica entre sí, siendo en realidad imposible articular entre sí en la mayoría de los sucesos, por discrepancias teóricas e ideológicas sobre participación e intervención en la realidad. Quisiera rescatar un concepto central que las izquierdas manejan como argumento para mostrar su repudio al gobierno nacional: el bonapartismo.
Marx, en el dieciocho brumario, explica esta ambivalencia del gobierno de la siguiente manera: “Bonaparte, como poder ejecutivo convertido en fuerza independiente, se cree llamado a garantizar el "orden burgués". Pero la fuerza de este orden burgués está en la clase media. Se cree, por tanto, representante de la clase media y promulga decretos en este sentido. Pero si algo es, es gracias a haber roto y romper de nuevo y diariamente la fuerza política de esta clase media... (…) Esta misión contradictoria del hombre explica las contradicciones de su Gobierno, el confuso tantear aquí y allá, que procura tan pronto atraerse como humillar, unas veces a esta y otras veces a aquella clase, poniéndolas a todas por igual en contra suya (…)”
La acusación de los grupos marxistas es sencilla y contundente: “se cree llamado a garantizar el orden burgués”. Simplifican categóricamente al gobierno basados en argumentos que van sencillamente “en contra” de los intereses de la clase obrera a quienes dicen representar, teóricamente. La crítica más dura la realizan los partidos Trotskistas, que representan en Argentina la ortodoxia marxista más marcada. Sin embargo, quisiera disminuir la simpleza del análisis que hacen estos partidos diciendo que, en realidad, ser de izquierda es otra cosa. Para graficar mi propuesta, transcribo un análisis de León Trotsky, respecto a la nacionalización de recursos que hizo en la revolución mexicana el general Cárdenas:
“...El régimen interno de los países coloniales y semicoloniales tiene un carácter predominantemente burgués. Pero la presión del imperialismo extranjero altera y distorsiona tanto la estructura económica y política de esos países que la burguesía nacional (aun en los países políticamente independientes de Sudamérica) no alcanza más que parcialmente el nivel de clase dominante. La presión del imperialismo en los países atrasados no cambia, es verdad, su carácter social básico, ya que opresor y oprimido no representan más que diferentes grados de desarrollo de una misma sociedad burguesa. Sin embargo, la diferencia entre Inglaterra y la India, Japón y China, los Estados Unidos y Méjico es tan grande que tenemos que diferenciar estrictamente entre países burgueses opresores y oprimidos, y consideramos que es nuestro deber apoyar a los segundos contra los primeros. La burguesía de los países coloniales y semicoloniales es una clase semioprimida, semidominante...” (pp 43-44). (Trotski, León. Sobre la liberación nacional. Ed. Pluma. Bogotá. 1980)   
Para poder comprender lo que es “la izquierda progresista en Argentina”, necesitamos indagar la profundidad del proceso de colonización que opera en Nuestra América, insertando nuestras economías y nuestros gobiernos bajo las garras del imperialismo, comprendiendo que nuestro rol es el de “pueblo oprimido”, cultura acorralada, sociedad aturdida por la urgencia de la supervivencia; Marx diría una humanidad embrutecida y cretinizada como consecuencia de la explotación feroz que se opera sobre nuestros pueblos.

Nacional y popular.
            Bajo este título se nuclean muchas de las agrupaciones progresistas que, impulsadas por esta efervescencia de la participación y de la opinión, se suman a la corriente de una juventud eufórica y recientemente politizada. Es necesario, desde la perspectiva emancipadora de este ensayo, criticar y denunciar el sesgo de esta corriente por definición, indefinible.
La gran trampa de las corrientes que pululan entre reivindicaciones de minorías, apoyo consciente al gobierno y setentismos furiosos, es que nunca precisan discutir qué es lo Nacional y qué es lo popular. Se supone con una liviandad alarmante que en el territorio argentino existe una cualidad, una característica empírica, que puede denominarse como “nacionalidad” (no es mi intención explayarme en la obvia invención romántica de “la generación del ochenta”). Se atribuye con naturalidad a lo “corriente”, a lo “universal”, el calificativo de “popular” con una ingenuidad vergonzosa. Indiscriminadamente, activismos entusiastas se alinean bajo una “frazada que para cubrir la cabeza destapa los pies”. Dentro de este escenario es que aparece un “izquierda nacional”, una agrupación progresista por heterodoxa, pero marxista desde su cosmovisión de clase; una agrupación de intelectuales que se multiplican con la juventud, pero que no puede participar sin sacrificar su independencia, su “purismo” metodológico, su inmaculada militancia de biblioteca: su bastión de la coherencia por inmovilidad.  Más allá de los esfuerzos por recuperar una tradición de “teoría política nacional” y por fuera de toda ilusión de “resurrección” de modelos de gobierno de pos guerra, es inminente la ebullición de conflictos actuales que no han sucedido antes, y que eran imposibles de prever aún por los más lúcidos estadistas y habilidosos gobernantes. La velocidad de la información, la diversidad de las opiniones y la multiplicación de tecnologías vuelven ilusoria toda pretensión de reconstrucción de un movimiento “popular y nacional” que existió hace más de un lustro; hoy necesita ser visto con ojos curiosos, con miradas jóvenes, con pupilas que destellen esperanzas y que contagien sueños. De nada sirven las viejas desilusiones a los corazones que precisan esperanzas, de nada sirven discusiones académicas sobre el fracaso del socialismo, de nada sirven las palabras “experimentadas” de aquellos que no supieron pensar con su corazón cuando la mente les decía que no.  

Nueva Izquierda.
            Es en esta coyuntura que la juventud critica y debate. No para destruir ni para imponer: sino para averiguar, para concertar. La confusión que siembran la globalización y la tecnología sólo acentúa la necesidad de encontrarnos en el otro. De ese modo, una nueva izquierda se va gestando en el reconocimiento de que solos no es posible avanzar. Con la mira puesta en una emancipación continental, en una integración regional, en la complementariedad de nuestras particularidades, luchando contra el imperialismo y el colonialismo nuevas teorías nutren las discusiones. Desde esa perspectiva es que nos preguntamos:
¿Qué clase de intelectual orgánico precisa un movimiento de masas? ¿Cómo definir actores, identidades y objetivos sin excluir a nadie? ¿Puede un agente que no participa con el pueblo de las luchas del pueblo hablar por él? ¿Cómo construir una “dirigencia vanguardista” cuando la horizontalidad y el diálogo son la moneda corriente? ¿Cómo generar el “hombre nuevo” sin torcer el brazo de las masas? ¿Puede lo popular cambiar sin dejar de ser popular? ¿Cómo adaptar la tradición marxista a un contexto de oprimidos y desclasados?  
El ámbito estudiantil, los intelectuales y los técnicos, deben unir fuerzas para escribir con nuestras palabras cuáles herramientas posee la tecnología para encarar nuestras necesidades humanas. Tanto en la producción, la vivienda, el transporte y el consumo debe aparecer la perspectiva de nuestros pueblos, desde una perspectiva colectiva y comunitaria que someta al estado y a sus representantes a la voluntad de las organizaciones territoriales.
El primer paso es simple, es la espada de la urgencia o la pared del olvido lo que nos juzgará. La izquierda progresista no debe escatimar esfuerzos en la construcción de una identidad socialista de los pueblos, virando en cada momento hacia la toma de consciencia por parte de los pueblos de su propia capacidad creativa, renegando de todo modelo importado y de toda importación histórica, nativa o foránea. Inaugurando así una época de innovación social a través de la autogestión educativa, cultural e informativa.

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